EL INQUILINO Y LA INDIGENA
Tenía casi cinco años impune. Haciendo y deshaciendo desde el púlpito presidencial. Descalificando a quienes lo cuestionaban, a los medios y periodistas, a los sectores de la sociedad y a los ciudadanos libres que en muchas ocasiones se han manifestado en contra de su política de gobierno y de su propia conducta como mandatario: Fifís, aspiracionistas, conservadores, neoliberales y, por lo tanto, corruptos.
Tenía pues todos estos años marcando la agenda, decidiendo autoritariamente el destino del país y controlando especialmente al Congreso de la Unión y, al principio, al Poder Judicial. Él, jefe supremo del partido MORENA, abrió la sucesión presidencial a mitad de su ejercicio; Él decidió los tiempos, quiénes serían los aspirantes y cómo debería ser el proceso interno.
Él metió al país en una espiral distractiva y se dedicó a dividirlo para blindarse de sus propias promesas incumplidas, para burlar la ley y protegerse de los cuestionamientos a sus obras faraónicas e inconclusas, cuyos presupuestos se han multiplicado sin la aprobación del Congreso.
Él es el responsable del derroche insultante, millonario, violatorio de la ley, cuando de pronto decide bautizar, de forma denostativa, a sus alfiles presidenciales como “corcholatas”, a las que permitió que en una primera etapa recorrieran el país “dictando conferencias¨, y que desde hace tres semanas inicien otro recorrido nacional para encabezar las llamadas asambleas informativas, de donde emergerá su candidata o candidato presidencial. Miles de millones de pesos derrochados para una mascarada, una burla no solo para sus seguidores, sino para el país porque al final él será quien decida la candidatura.
Sí, cinco años impune estableciendo la agenda del país, imponiendo su relato, hasta que aparentemente de la nada apareció una mujer que en menos de un mes le ha arrebatado la conversación pública sobreponiéndose a sus ataques, recurriendo a la ley para tratar al menos de exhibirlo y ofreciendo respuestas puntuales e inteligentes ante los ataques descarados desde el púlpito.
Nadie, desde el inicio de su sexenio, ni partidos, ni organizaciones empresariales y sociales incluso, se había enfrentado tan valientemente ante su poderío; nadie tampoco se había enfrentado al poder absoluto con el arma del origen y una trayectoria avalada por la cultura del esfuerzo y el aspiracionismo de suyo legítimo; nadie nunca, en lo que va del sexenio, tuvo el coraje para defender como fiera herida sus derechos y su trayectoria; la integridad de su empresa desarrollada a base de conocimiento y honestidad intelectual.
Tampoco nunca nadie había desquiciado tanto al inquilino de Palacio como la aparente frágil figura de esta mujer; su respuesta contundente; su argumento demoledor y su habilidad para construir un relato donde lo coloquial y la oratoria fina se combinan para aventar, en menos de un minuto, una verdadera bomba verbal.
Una mujer de cola corta y de lengua mordaz que terminó por desnudar al aparentemente “indestructible” supremo poder. El desespero y el descaro del inquilino lo ha llevado, ante los ojos del país y el mundo, a violentar cualquier principio elemental de respeto a la ley y a la dignidad humana.
El abuso extremo del poder, como en las dictaduras más oprobiosas, emergió de manera natural en la índole del autócrata al ordenar a las instituciones de la República que violentaran los derechos constitucionales de esta mujer, haciendo públicos, él mismo, sin el más mínimo respeto a su investidura de jefe del Estado Mexicano, documentos y datos para ofrecer la idea perversa de que ella estaría ligada a actos de corrupción. El dolo en su máxima expresión.
No solo eso, el inquilino, a sabiendas que un órgano autónomo del Estado Mexicano como lo es el INE, le había ordenado no seguir violando la ley de equidad electoral, no le importó atropellar esta disposición bajo el argumento infame que aún no se le había notificado.
Esa conducta se explica porque el inquilino se encuentra ya acorralado por su propia concepción de la vida y el mundo. Un hombre que divide, que polariza, que impone, que concentra, que ataca, que jamás reconoce la más mínima crítica a su persona y a su proyecto de gobierno, es un hombre proclive al odio. Las únicas normas que funcionan en este mundo son las de él. No hay otras. Por eso, en aras de lo que él considera sus principios, violenta la ley porque no soporta que la constitucionalidad nos represente a todos. Los que están con él, están dentro de su ley. A los demás hay que combatirlos y eliminarlos, junto con su Constitución. “No me salgan ahora con el cuento de que la ley es la ley”.
Por eso, la emergencia de esta mujer que ha fortalecido la esperanza de millones de mexicanos le provoca rabia al inquilino, lo desquicia porque se sabe derrotado ante una nueva conversación aceptada por millones de mexicanos. La indígena, la “tamalera”, se le convirtió muy pronto en un inesperado dolor de cabeza. Esta mujer es la antítesis del modelo que al inquilino le gusta, donde reina la sumisión, la manipulación y el acatamiento extremo de su pensamiento radical e intolerante. Así son las feligresías
Y no es que no haya opositores que le hayan atizado al inquilino, incluso desde el interior como las críticas de fondo del fimado Porfirio Muñoz Ledo, sino que en este caso la conexión con la gente ha sido más espontáneamente más eficaz y en el corto tiempo expansiva.
Esta mujer, la indígena, en un brevísimo tiempo le arrebató el relato al inquilino, unió a la sociedad civil y a la mayoría de los militantes de la oposición partidistas, mientras las “corcholatas” deambulan ahora, como zombis, por todo el país, con la misma cantaleta y con la misma gente. Siguen hablando de una corrupción que no solo no se fue sino creció; de una violencia que lejos de ser combatida aumentó exponencialmente; de un modelo de salud y educativo en los que ha recaído el desastre nacional y de una democracia concebida en la voluntad y en la decisión de un solo hombre.
Esa es la 4T que representa el presidente Andrés Manuel López Obrador, de raíces españolas; y lo otro es la esperanza que para millones de mexicanos representa la Senadora Xochitl Gálvez, de raíces indígenas que ha puesto a temblar al inquilino, al responsable mayor del desastre nacional.